Sugerente título marcó la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida apostólica (CIVCSVA), al hilo del próximo Sínodo de los Obispos sobre ‘los jóvenes, el discernimiento vocacional y la fe’, para reunir a la vida consagrada de los 5 continentes en Roma durante los días 1 a 3 de diciembre de 2017. Las puertas del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum, regentado por los legionarios de Cristo, se abrieron para acoger a más de 800 consagrados; sí, se abrió y rebosó, como todo lo que se hace en nombre del Señor, porque no bastaba el auditorio del edificio para que cupiéramos todos y fueron 5 las salas habilitadas para dar cabida a tanto interés.
‘Venid y veréis’. Con las palabras del evangelista Juan y el icono de los discípulos de Emaús, la Iglesia no ha querido perder la oportunidad, es más, se siente urgida a la reflexión, a mirar como Dios mira y a dialogar con el mundo de los jóvenes. ¡Tanto más la vida consagrada, con tanto como tiene que ofrecer a las nuevas generaciones!
En representación del Instituto, allí llegamos Bea Nogales (centro de la Fragua), Fanny Fernándes (animadora general vocacional) y Maripi Amigo (centro menor de Tenerife). La ciudad eterna nos abría sus brazos imponentes, de siglos de antigüedad, de miles de historias vividas en sus calles, en sus muros… y de numerosas vivencias eclesiales desde los primeros tiempos del cristianismo. No podemos negar que Roma impone, que caminar por sus calles es pisar su grandeza, es respirar su poder… y es ponerle cariño y ganas, porque no tardamos en comprobar que, como muchas de nuestras ciudades, también tiene sus pequeños defectos: 40 minutos esperando un autobús urbano que no llegó nunca!!
Cabe decir, que previo a esto, nuestros hermanos claretianos nos hicieron un hueco en su curia general donde nos sentimos como en casa. Nos lo ofrecieron todo como si fuera nuestro. Compartimos en esos días cenas, batallitas, historias, impresiones, tiempos de oración y adoración… tiempo de familia, que como en las buenas familias, es siempre poco por el buen sabor de boca que deja. ¡Gracias a toda la comunidad de la Curia General de los Misioneros Claretianos por regalarnos estancia, tiempo y vida!
¿Y cuál fue el primer sitio que visitamos? Pues con la muy buena excusa de recoger credenciales y material para el Congreso, fuimos a la oficina de la CIVSVA que, providencialmente se encuentra en plena ciudad del Vaticano, a las puertas de la imponente columnata de Bernini que rodea la Piazza San Pietro. Buena acogida nos ofrecía esta segunda para en el camino. Tras solucionar algún que otro contratiempo allí, en un perfecto ‘itañol’ que bien nos sacaba del apuro, nos vimos obligadísimas a visitar la Basílica de San Pedro que (esto sí que providencialmente, teniendo en cuenta que eran las 6 de la tarde y ya anochecido) permanecía abierta aún. Sin colas, sin aglomeraciones y casi en un silencio propio de un lugar santo, pudimos disfrutar de la belleza arquitectónica de la basílica, contemplar la Piedad de Miguel Ángel y embelesarnos mirándola en todos sus detalles; rezar ante la tumba de San Juan Pablo II, que nunca está solo, y pedir a cada paso por el Instituto, por que nuestra fidelidad sea como la de la Iglesia de Pedro y nuestra entrega tan generosa como fue su propia vida. También contemplamos la tumba del Santo Apóstol, bajo el altar mayor engalanado para algún acontecimiento papal próximo. Más de un saludo cruzamos con algún que otro conocido español, llegado también para la ocasión del Congreso. Y, como manda la tradición, allí que fuimos las tres a tocarle el pie a la imagen de San Pedro, al que ya no se le distinguen los dedos, porque el que le toca el pie, vuelve.
Después de este regalo, conseguimos volver en el autobús que no llegó nunca previamente para ir a reunirnos con los claretianos y compartir la cena. Todo listo y la ilusión más que preparada para absorber cuanto se viviera en estos días. Y pronto a la cama, porque los horarios romanos son ‘a la europea’ y a las 8 de la mañana ya debíamos estar sentaditos en el auditorio del Ateneo, que como todo lo que no es turístico en Roma, está lejísimos de donde nos encontrábamos, más de 30 minutos en coche.
Las 6 de la mañana dieron muy pronto. En pie, desayuno y organización en los coches para llegar con tiempo y sin agobios. Porque los allí presentes en la Curia que participábamos en el Congreso, como podéis imaginar, no éramos ninguno romano y los que allí viven son itinerantes y poco callejean por Roma. Unos tuvimos el privilegio de compartir viaje con una monja de una casa cercana, que su Fiat Punto, sin cinturones y tal y como conducen de locos en Roma, nos llevó sin inconveniente al lugar indicado. ¡Qué decir del otro coche claretiano! Que no pudieron andar más perdidos durante una hora, intentando ubicarse de manos de un tomtom y de un gps móvil que no conseguía llegar a la puerta del recinto.
Más vale tarde que nunca, allí estábamos situados a la hora indicada, más o menos, para comenzar. La lengua oficial del Congreso era el italiano y se ofrecía traducción simultánea para el que lo necesitara. Tras la oración inicial, armonizada y dinamizada por los legionarios de Cristo, abrió el encuentro Monseñor Rodríguez Carballo, arzobispo secretario de la Congregación, poniendo voz a las palabras que el Papa Francisco nos dirigía en esta apertura y que transcribo íntegramente aquí. ¡Qué duda cabe que el Papa está inspirado por el Espíritu!
«Queridos hermanos y hermanas:
Saludo a los participantes en este Congreso Internacional promovido por la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica sobre «Pastoral Vocacional y la Vida Consagrada. Horizontes y esperanzas». Agradezco a dicha Congregación la iniciativa de este evento que quiere ser la aportación de dicho Dicasterio al próximo Sínodo de los Obispos que se ocupará del tema: «Los Jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional». Y mientras, a través de este vídeo-mensaje, saludo a todos los que habéis llegado a Roma para participar en este encuentro, os aseguro también mi oración al Dueño de la mies para que este Congreso ayude a todos los consagrados a dar una respuesta generosa a su propia vocación y, al mismo tiempo, ayude a todos ellos a intensificar la pastoral vocacional entre las familias y jóvenes para que, quienes son llamados al seguimiento de Cristo en la vida consagrada o en otras vocaciones dentro del Pueblo de Dios, puedan encontrar lo cauces adecuados para acoger esa llamada y responder con generosidad a ella.
Ante todo quiero manifestaros algunas convicciones sobre la pastoral vocacional. Y la primera es ésta: Hablar de pastoral vocacional es afirmar que toda acción pastoral de la Iglesia está orientada, por su propia naturaleza, al discernimiento vocacional, en cuanto su objetivo último es ayudar al creyente a descubrir el camino concreto para realizar el proyecto de vida al que Dios lo llama.
El servicio vocacional ha de ser visto como el alma de toda la evangelización y de toda la pastoral de la Iglesia. Fiel a este principio no dudo en afirmar que la pastoral vocacional no se puede reducir a actividades cerradas en sí mismas. Esto podría convertirse en proselitismo, y podría llevar también a caer en «la tentación de un fácil y precipitado reclutamiento» (Juan Pablo II, Exhort. ap. Vita consecrata, 64). La pastoral vocacional, en cambio, ha de colocarse en estrecha relación con la evangelización, la educación en la fe, de forma que la pastoral vocacional sea un verdadero itinerario de fe y lleve al encuentro personal con Cristo, y con la pastoral ordinaria, en especial con la pastoral de la familia, de tal modo que los padres asuman, con gozo y responsabilidad, su misión de ser los primeros animadores vocacionales de sus hijos, liberándose ellos mismos y liberando a sus hijos del bloqueo dentro de perspectivas egoístas, de cálculo o de poder, que muchas veces se dan en el seno de las familias, aun aquellas que son practicantes.
Esto comporta cimentar la propuesta vocacional, también la propuesta vocacional a la vida consagrada, en una sólida eclesiología y en una adecuada teología de la vida consagrada, que proponga y valorice convenientemente todas las vocaciones dentro del Pueblo de Dios.
Una segunda convicción es que la pastoral vocacional tiene su «humus» más adecuado en la pastoral juvenil. Pastoral juvenil y pastoral vocacional han de ir de la mano. La pastoral vocacional se apoya, surge y se desarrolla en la pastoral juvenil. Por su parte, la pastoral juvenil, para ser dinámica, completa, eficaz y verdaderamente formativa ha de estar abierta a la dimensión vocacional. Esto significa que la dimensión vocacional de la pastoral juvenil no es algo que se debe plantear solamente al final de todo el proceso o a un grupo particularmente sensible a una llamada vocacional específica, sino que ha de plantearse constantemente a lo largo de todo el proceso de evangelización y de educación en la fe de los adolescentes y de los jóvenes.
Una tercera convicción es que la oración ha de ocupar un lugar muy importante en la pastoral vocacional. Lo dice claramente el Señor: «Orad al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Mt9, 38). La oración constituye el primer e insustituible servicio que podemos ofrecer a la causa de las vocaciones. Puesto que la vocación es siempre un don de Dios, la llamada vocacional y la respuesta a dicha vocación solo puede resonar y hacerse sentir en la oración, sin que ello sea entendido como un fácil recurso para desentendernos de trabajar en la evangelización de los jóvenes para que se abran a la llamada del Señor. Orar por las vocaciones supone, en primer lugar, orar y trabajar por la fidelidad a la propia vocación; crear ambientes donde sea posible escuchar la llamada del Señor; ponernos en camino para anunciar el «evangelio de la vocación», promoverlas y provocarlas. Quien ora de verdad por las vocaciones, trabaja incansablemente por crear una cultura vocacional.
Estas convicciones me llevan a plantearos ahora algunos desafíos que considero importantes. Un primer desafío es el de la confianza. Confianza en los jóvenes y confianza en el Señor. Confianza en los jóvenes, pues hay muchos jóvenes que, aun perteneciendo a la generación «selfie» o a esta cultura que más que «fluida» parece ya «gaseada», buscan pleno sentido a sus vidas, aun cuando no siempre lo busquen en donde lo pueden encontrar. Es aquí donde los consagrados tenemos un papel importante: permanecer despiertos para despertar a los jóvenes, estar centrados en el Señor para poder ayudar al joven a que se centre en él. Muchas veces los jóvenes esperan de nosotros un anuncio explícito del «evangelio de la vocación», una propuesta valiente, evangélicamente exigente y a la vez profundamente humana, sin rebajas y sin rigideces. Por otra parte, confianza en el Señor, seguros que él sigue suscitando en el Pueblo de Dios diversas vocaciones para el servicio del Reino. Hay que vencer la fácil tentación que nos lleve a pensar que en algunos ambientes ya no es posible suscitar vocaciones. Para Dios «nada hay imposible» (Lc 1,37). Cada tramo de la historia es tiempo de Dios, también el nuestro, pues su Espíritu sopla donde quiere, como quiere y cuando quiere (cf. Jn 3, 8). Cualquier estación puede ser un «kairós» para recoger la cosecha (cf. Jn 4, 35-38).
Otro desafío importante es la lucidez. Es necesario tener una mirada aguda y, al mismo tiempo, una mirada de fe sobre el mundo y en particular sobre el mundo de los jóvenes. Es esencial conocer bien nuestra sociedad y la actual generación de los jóvenes de tal modo que, buscando los medios oportunos para anunciarles la Buena Nueva, podamos anunciarles también el «evangelio de la vocación». De lo contrario estaríamos dando respuestas a preguntas que nadie se hace.
Un último desafío que quisiera señalar es la convicción. Para proponer hoy a un joven el «ven y sígueme» (Jn 1, 39) se requiere audacia evangélica; la convicción de que el seguimiento de Cristo, también en la vida consagrada, merece la pena, y que la entrega total de uno mismo a la causa del Evangelio es algo hermoso y bello que puede dar sentido a toda una vida. Solo así la pastoral vocacional será narración de lo que uno vive y de lo que llena de sentido la propia vida. Y solo así la pastoral vocacional será una propuesta convincente. El joven, como todos nuestros contemporáneos, ya no cree tanto a los maestros, sino que quiere ver testigos de Cristo (cf. Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 41).
Si deseamos que una propuesta vocacional al seguimiento de Cristo toque el corazón de los jóvenes y se sientan atraídos por Cristo y por la sequela Christi propia de la vida consagrada, la pastoral vocacional ha de ser:
Diferenciada, de tal modo que responda a las preguntas que cada joven se plantea, y que ofrezca a cada uno de ellos lo necesario para colmar con abundancia sus deseos de búsqueda (cf. Jn 10, 10). No se puede olvidar que el Señor llama a cada uno por su nombre, con su historia y a cada uno le ofrece y le pide un camino personal e intransferible en su respuesta vocacional.
Narrativa. El joven quiere ver «narrado» en la vida concreta de un consagrado el modelo a seguir: Jesucristo. La pastoral de «contagio», del «ven y verás» es la única pastoral vocacional verdaderamente evangélica, sin sabor a proselitismo. «Los jóvenes sienten la necesidad de figuras de referencia cercanas, creíbles, coherentes y honestas, así como de lugares y ocasiones en los que poner a prueba la capacidad de relación con los demás» (Sínodo de los Obispos, XV Asamblea general ordinaria, Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. Documento preparatorio, 2017, 2). Solo una propuesta de fe y vocacional encarnadas, tiene posibilidad de entrar en la vida de un joven que lo contrario.
Eclesial. Una propuesta de fe o vocacional a los jóvenes tiene que hacerse dentro del marco eclesial del Vaticano II. Este es la «brújula para la Iglesia del siglo XXI» (Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte, 43) y para la vida consagrada de nuestros días. Este marco eclesial pide a los jóvenes un compromiso y una participación en la vida de la Iglesia, como actores y no como simples espectadores. También deben sentirse partícipes de la vida consagrada: sus actividades, su espiritualidad, su carisma su vida fraterna, su forma de vivir el seguimiento de Cristo.
Evangélica y como tal comprometida y responsable. La propuesta de fe, como la propuesta vocacional a la vida consagrada, han de partir del centro de toda pastoral: Jesucristo, tal como nos viene presentado en el Evangelio. No vale evadirse, ni valen huidas intimistas o compromisos meramente sociales. Lejos de la pastoral vocacional la «pastoral show» o la «pastoral pasatiempos». Al joven hay que ponerlo ante las exigencias del Evangelio. «El Evangelio es exigente y requiere ser vivido con radicalidad y sinceridad» (Carta a todos los consagrados, 21 noviembre 2014, I,2). Al joven hay que ponerle en una situación en la que acepte responsablemente las consecuencias de la propia fe y del seguimiento de Cristo. En este tipo de pastoral no se trata de reclutar agentes sociales, sino verdaderos discípulos de Jesús con el mandamiento nuevo del Señor como consigna y con el código de las bienaventuranzas como estilo de vida.
Acompañada. Una cosa es clara en la pastoral juvenil: Es necesario acompañar a los jóvenes, caminar con ellos, escucharles, provocarles, moverles para que vayan más allá de las comodidades en las que descansan, despertar el deseo, interpretarles lo que están viviendo, llevarles a Jesús y siempre favoreciendo la libertad para que respondan a la llamada del Señor libre y responsablemente (cf. Sínodo de los Obispos, XV Asamblea general ordinaria, Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. Documento preparatorio, 2017, III, 1). Es necesario crear ambiente de confianza, hacer sentir a los jóvenes que son amados como son y por lo que son. El texto de los discípulos de Emaús puede ser un buen ejemplo de acompañamiento (cf. Lc 24,13-35). La relación personal con los jóvenes de parte de los consagrados es insustituible.
Perseverante. Con los jóvenes hay que ser perseverantes, sembrar y esperar pacientemente que la semilla crezca y un día pueda dar su fruto. La misión del agente de pastoral juvenil tiene que ser bien consciente que su labor es la de sembrar, otro hará crecer y otros recogerán los frutos.
Juvenil. No podemos tratar a los jóvenes como si no fueran tales. Nuestra pastoral juvenil debe estar marcada por las siguientes notas: dinámica, participativa, alegre, esperanzada, arriesgada, confiada. Y siempre llena de Dios, que es lo que más necesita un joven para llenar sus justos anhelos de plenitud; llena de Jesús que es el único camino que ellos han de recorrer, la única verdad a la que ellos son llamados a adherirse, la única vida por la que merece la pena entregarlo todo (cf. Jn 1,35ss).
Queridos participantes en este Congreso: Dos cosas me parecen ciertas en el tema de la pastoral vocacional y vida consagrada. La primera es que no hay respuestas mágicas y la segunda es que a la vida consagrada, como del resto a toda la Iglesia, se le está pidiendo una verdadera «conversión pastoral», no solo de lenguaje, sino también de estilo de vida, si quiere conectar con los jóvenes y proponerles un camino de fe y hacerles una propuesta vocacional.
Qué nadie os robe la alegría de seguir a Jesucristo y la valentía de proponerlo a los demás como camino, verdad y vida (Jn 14,6) ¡Rompamos nuestros miedos! Es el momento para que los ancianos sueñen y los jóvenes profeticen (cf. Jl 3,1). ¡Levantémonos ya! «Manos a la obra» (Esd 10,4). Los jóvenes nos esperan. ¡Es hora de caminar!»
Sin desperdicio. Desafíos y directrices que nos marca el Papa para que la Pastoral Vocacional no sea ajena a nuestra vida consagrada.
El Cardenal Joao Braz, prefecto de la Congregación nos dirigió unas palabras de afecto y de ilusión por lo que allí comenzaba fueron la guía de su corto discurso. Indicó el camino a seguir en los próximos días a través del esquema ‘iluminación, experiencia y práctica’, tal como se había organizado el orden de ponencias. Y aludió al título del congreso: ‘Venid y veréis’, con una pregunta clara que nos cuestiona totalmente: ‘¿qué invitamos a ver? Litigios, disputas, preferencias de poder… Es urgente la transformación de la Iglesia, que no empieza en lo que pensamos, sino en lo que vivimos en el corazón’.
No tardó en seguirlo Monseñor José Rodríguez Carballo, arzobispo secretario de la CIVSVA, que nos condujo por el seguimiento de Jesús en el Nuevo Testamento, la ‘sequela Christi’. Así remarcaba que nuestra misión es seguir a Jesucristo y llamar a caminar tras de él. Eso es la vocación. Y ¿quién está invitado a está invitado a esto? Si nos fijamos en los primeros seguidores, entenderemos a quién va dirigida esa llamada: un grupo numeroso; otro grupo que lo abandona por lo escandaloso de sus palabras; otro grupo fiel, liderado por mujeres; gente concreta con nombre y apellidos: Zaqueo, Lázaro, José de Arimatea…; los apóstoles, que asumen su estilo de vida. Cuando hablamos de seguimiento, hay que pensar en todos estos ‘estilos’, no solo en la vida consagrada. Por eso la llamada es extensible a todos.
Algo común a todos es el encuentro. Ya lo expresó Benedicto XVI y ahora lo remarca el Papa Francisco: sin encuentro con el Señor, no hay respuesta. ‘Menos show en Pastoral Vocacional y más encuentro con Jesucristo’. Jesús, además, se hace presente en la cotidianeidad, en la historia propia de cada persona. La conoce y la ama, aunque sea historia de pecado. Por esto es tan importante estar reconciliados con la propia historia; si no es así, el joven no esta preparado para la vida consagrada, para una respuesta de seguimiento.
Y éste tiene unas características que a la vez son exigencias, que enumeró Monseñor Carballo:
- Exclusividad: pertenencia exclusiva a Jesús. Ser su propiedad, como el pueblo de Israel para el Dios del AT.
- Prontitud: la llamada no permite dilación en el tiempo. Debe ser inmediata y generosa. Cuando Jesús pasa y se encuentra con una persona, es el momento perfecto, oportuno, el kairos.
- Definitiva: la opción es irrevocable. No se puede dar una respuesta a Jesucristo si no es absoluta.
Y junto a estás, unas condiciones:
- Fe en el Señor. Lo primero es una camino de fe.
- Ruptura: ‘quien quiera seguirme, que se niegue a sí mismo’. El discípulo es un CRUCIFICADO.
- Es discípulo no por lo que hace, si no por lo que encuentra, que con alegría le hace venderlo todo.
- Dejarse hacer: ser el último, abajarse. A todos nos gusta el protagonismo, la autonomía.
Así, terminaba el arzobispo, el anuncio debe ser narración, acompañada del testimonio de vida, y siempre con una propuesta explícita. Hoy en día tenemos que asumir que nuestra vida dice bien poco. No confiamos en los jóvenes de hoy, en que sean capaces de dar una respuesta generosa.
Hasta aquí la intervención de Monseñor Carballo, que nos ponía a punto para la apertura fundamentalmente a dos cosas: convocar con credibilidad y confiar en la generosidad de los jóvenes.
También pudimos escuchar a Pascual Chávez, salesiano, rector mayor emérito de la Sociedad de San Francisco de Sales, con una comparativa y confrontación entre los jóvenes de hoy y la vida consagrada. Partía de una premisa que preocupa a muchos institutos a día de hoy, que es para él una convicción firme: ‘La vida consagrada no terminará porque es la respuesta al enamoramiento de Jesucristo’.
Estamos viviendo una nueva época. Se nos pide escuchar a los jóvenes, darles voz y visibilidad; darles las respuestas a sus preguntas. Tenemos que acercarnos al mundo juvenil, conocerlo y mojarnos en él. Porque nosotros, la vida consagrada, somos creadores de cultura y proponedores de modelos, que necesitan para crecer. En la sociedad se ha roto la cadena de valores. Estamos asistiendo a un cambio de valores no solo morales, también naturales. Por tanto, afirma Chávez, lo importante no es el punto de partida, sino el punto de llegada. No hablarles de Jesucristo, sino llevarles al encuentro con Él, darles a Jesucristo y decirles a Jesucristo.
Somos conscientes de que las Jornadas Mundiales de la Juventud, por ejemplo, están llenos de jóvenes entusiastas. ¿Por qué entonces nuestras casas de formación están vacías? Para los jóvenes de hoy, la vida consagrada es la última preferencia, y la definen con expresiones del tipo ‘¿para qué sirve vuestra vida?’. Nos identifican no con lo que somos, sino con lo que hacemos. Nos ven como ‘trabajadores sociales’.
Y tras esta dura reflexión y análisis de nuestra realidad, nos cuestiona: ¿Qué estamos comunicando?’.
Así rematamos la mañana. Una buena puesta en marcha, con una ubicación precisa de dónde estamos y dónde están los jóvenes, y cuáles son los caminos y puntos de encuentro. Mucho para pensar, reflexionar y trabajar. Pero aún quedaba la tarde y las palabras de Timothy Radcliffe OP, conocido por sus muchas publicaciones, y entendido en la materia. Su ponencia, ‘Las culturas y las vocaciones a la vida consagrada. Entre posibilidades y dificultades’ también estuvo cargada de puntos de luz que nos interpelan. Comenzó definiendo la Vida Consagrada como llamada a vivir una vida en abundancia. Pero, preguntaba, cuando la gente nos mira, ¿puede decir que aquí hay gente viva? ¿Cuáles son esas manifestaciones de vida? ¿El concepto de estar vivo es el mismo? Nos separan multitud de diferencias generacionales con los jóvenes de hoy y con sus culturas. Los jóvenes de todo el mundo tienen más en común entre ellos que con las generaciones mayores, por cerca o lejos que estén. A esto les ayudan las redes sociales, pero estas unen personas que piensan igual. Los jóvenes de hoy temen las diferencias de cultura y de género. Encontrarse con el diferente pone en peligro su propia identidad. Y el remedio a todo miedo a lo distinto: CONVERSACIÓN, que no es otra cosa que la que nos pide hoy el Papa.
Como iluminación para ponernos a tono, no estuvo nada mal. Impresiones, reflexiones, voces expertas en el tema que nos reunía dando luz a la realidad para ponernos a trabajar por el Reino.
El último momento de la tarde, antes de la eucaristía, fue un trabajo por grupos de lenguas, para poder aterrizar en propuestas concretas que elevar al sínodo. Estos trabajos fueron muy fructíferos. Compartimos experiencias, inquietudes… haciendo uso de una capacidad de diálogo y confrontación marcada, sobre todo, por las ganas de entregarnos a una pastoral vocacional viva, alegre y joven.
Tras un día pleno, compartimos la cena con la comunidad de la Curia General, en la que se mezclaban el italiano, el español, el latino, el inglés… Multiculturalidad hermanada y acogida en un solo Corazón.
Ya el segundo día entrábamos en el panel de experiencias. Sonaron voces de los cinco continentes compartiendo propuestas de acompañamiento de jóvenes y procesos vocacionales, donde se contempla la riqueza de la Iglesia viva y preocupada por enviar obreros a la mies.
Y en la tarde más experiencias sobre la propuesta vocacional a la vida consagrada. Caminos ya hechos, preguntas arrancadas de vivencias por resolver, dificultades detectadas y soluciones propuestas… Confianza, al fin y al cabo, en que el Señor hace por instrumentos pobres como somos.
Una importancia y relevancia a la comunidad marcó la mesa de experiencias de la tarde. La comunión que nos une, que acoge nuestras fragilidades y superficialidades para ayudarnos a caminar hacia el Otro.
Y tres actitudes para hacer llegar la vida consagrada a los jóvenes: PASIÓN, PROPUESTA y PACIENCIA.
Pasión por nuestra vocación, por Jesús y su Reino, por este mundo. Que esta actitud nos lleve a perder el tiempo con los jóvenes, a escucharles y compartir sus caminos, sus cuestionamientos, sus preguntas. Como en Emaús.
Proponer a Jesucristo. No desde el miedo, escrúpulos o fórmulas. Toda rigidez es inseguridad. Dios siempre va más allá de lo establecido cuando se trata de amar. Volver siempre a Él, como centro.
Paciencia. Dios es paciente con nosotros, y esta es la actitud clave para el acompañamiento.
El secretario general del Sínodo de los obispos, Lorenzo Card. Baldisseri, también nos dirigió unas palabras que se centraron en exponer el documento ya publicado sobre el sínodo de los jóvenes, lo que mueve a llevarlo a cabo y la manera en que va a ejecutarse.
Y una perspectiva importante a tener en cuenta en todo proceso formativo de vida consagrada es la humanidad. Se espera que seamos consagrados profundamente humanos, conocedores de nuestra identidad personal y reconciliados con nuestra propia historia, sin dejar de lado la necesidad de llevar a cabo relaciones afectivas sanas, basadas en el equilibrio afectivo, el dominio de sí y la madurez sexual, para ser interiormente libres, maduros psicoafectivamente para poder relacionarnos desde el amor. Palabras expuestas por el Cardenal Stella, prefecto de la Congregación para el Clero.
Un segundo día cargado de palabras hechas vidas, desde las palabras de vidas entregadas y estudiadas en el tema que nos ocupa. Día intenso que nos permitió relajarnos después con un paseo por el Trastévere romano y una cena italiana que compartimos junto a los claretianos.
La tercera y última mañana de este congreso nos incitó a poner por escrito propuestas que elevar al Sínodo. Fructífero este último encuentro por grupos. No siempre se tiene la oportunidad de propones inquietudes a un estamento eclesial encargado de reflexionar y responder a lo que va suscitando en el corazón de la Iglesia.
Cerró el congreso el cardenal Joao Braz, agradeciendo la presencia numerosa en estos días y animándonos a rezar por este acontecimiento que quiere poner en los ojos y en el corazón de la Iglesia a los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. Expectantes y deseosos de seguir caminando hacia el acontecimiento que tendrá lugar en octubre de este año 2018.
Seguimos orando por la Iglesia, que quiere, queremos, seguir llevando a Dios a cada persona, a cada circunstancia. Una Iglesia viva para seguir dando Vida.