‘No amaron tanto su vida que temieran la muerte’. 109 mártires claretianos beatificados

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Hoy no quiero contaros la historia de estos nuevos 109 beatos claretianos que con tanta alegría y agradecimiento estamos hoy celebrando, porque eso ya lo podemos encontrar en tantos espacios de la familia claretiana con datos y testimonios de personas que convivieron con ellos, que compartieron historia y sueños, que conocen detalles y gestos… Lo que sí quisiera compartir con vosotros es cómo la vida entregada de estos 109 hermanos nuestros toca nuestras vidas hoy, cómo su sangre derramada sigue entrando viva, roja y caliente por las venas de nuestra familia claretiana y de toda la Iglesia con fuerza como para modificar y trastocar nuestras vidas HOY, AQUÍ, AHORA.

Este verano en los Ejercicios Espirituales que, como sabéis siempre hacemos aprovechando el tiempo de vacaciones, el sacerdote que nos acompañaba dijo una frase que me ha resonado desde entonces y me ha hecho cuestionarme muchas cosas concretas de mi vida de cada día: “¿Es mi miedo a la cruz el que puede estar haciendo mi vida de cada día tibia y cómoda?” y la respuesta, como podéis imaginar, fue SÍ. ¡Vaya chasco para mis sueños de seguimiento de Jesús y de vida entregada!… Descubrí que la respuesta era SÍ porque sin querer, casi de forma inconsciente la búsqueda de paz, tranquilidad,  comodidad… se va colocando en el centro de operaciones de nuestra vida. Sin querer casi, esa expresión tan aceptada ya en nuestras vidas occidentales del “estado de bienestar” se va colando en nuestra existencia diaria y atasca y empaña nuestra mirada cristiana de la vida, nuestra perspectiva del seguimiento de Jesús, nuestros parámetros de medida…

Metida en estos pensamientos, que han ocupado muchas veces mi oración en estos meses, me encontré también con un texto de San Agustín en el oficio de lecturas, el sermón sobre los pastores 46,13 con el título: “Los cristianos débiles” y veréis, veréis y comprenderéis como este texto también rompió la paz de mi adormecida vida de seguimiento. Nos dice San Agustín:

“Pensad en esos hombres que quieren vivir desde el bien, que han determinado ya vivir el bien, pero que no se hallan tan dispuestos a sufrir males, como están preparados a obrar el bien. Sin embargo, la buena salud de un cristiano le debe llevar no sólo a realizar el bien, sino también a soportar el mal. De manera que aquellos que dan la impresión de fervor en las buenas obras, pero que no se hallan dispuestos o no son capaces de sufrir los males que se les echan encima, son en realidad débiles…”

Uff, lo de pasar haciendo el bien como Jesús parece que lo tenemos claro y con ilusión y convencimiento muchas veces y otras a trancas y barrancas vamos tratando de hacerlo vida, pero lo de “soportar el mal” creo que en general lo llevamos peor… Muy posiblemente somos “cristianos débiles” Y, ¡cómo tocaron estas palabras de Agustín mi corazón!… ¿Soy una cristiana débil? ¡¡¡SOY UNA CRISTIANA DÉBIL!!! (Aquí iría un emoticono de la cara de asombro total con las manos agarrándome la cara y al borde de un ataque de nervios) Llegada a este punto del diagnóstico de mi vida espiritual tenía claro que necesitaba acudir urgentemente al “Médico” y pedirle ayuda.

Y la ayuda ha llegado hoy, en forma de estos 109 mártires claretianos. Ellos han sido hoy la respuesta que el Señor Jesús ha dado a mi maltrecho camino de seguimiento. Hoy, celebrando la vida de estos hermanos nuestros que llenos de fe, de perdón y del valor del Señor en el pecho entregaron sus vidas por amor a Jesús, he redescubierto el inmenso valor que el sufrimiento, el dolor, la entrega de la vida sin límites tiene en nuestro camino diario tras las huellas del Señor.

manosRealmente toda la tradición cristiana nos lo dice, todos los santos lo han experimentado: la entrega total, hasta el dolor o la muerte, llena el corazón de alegría, una alegría indescriptible que nada ni nadie puede darnos si no es el mismo Jesús… Así lo experimentó Francisco de Asís al besar a aquel leproso, Ignacio de Loyola al entregar sus nobles ropas a un pobre a las puertas de Montserrat, y así lo experimentó el P. Claret tras el atentado de Holguín: “No puedo yo explicar el placer, el gozo y la alegría que sentía mi alma al ver que había logrado lo que tanto deseaba, que era derramar la sangre por amor de Jesús y de María y poder sellar con la sangre de mis venas las verdades evangélicas”.  Y no es que los santos sean unos masoquistas que buscan el dolor y el sufrimiento, es que han descubierto que es en entregar la vida sin reservas, en ser libre de todo, hasta de lo más valioso que tenemos que es la propia vida, y de hacerlo por amor a Jesús y a los hermanos donde está la mayor fuente posible de alegría.

Los nuevos beatos, nos cuentan los testigos, también iban alegres al martirio. Seguro que llevaban en el corazón bien grabadas las palabras que Claret nos dejó como perfil del Misionero y que podemos hacer nuestras todos los que de una u otra forma somos miembros de la familia claretiana y por lo tanto depositarios y responsables de mantener vivo el espíritu que él dejó “para todo el mundo”: “Yo me digo a mí mismo: Un hijo del Inmaculado Corazón de María es un hombre que arde en caridad y abrasa por donde pasa; que desea eficazmente y procura por todos los medios encender a todo el mundo en el fuego del divino amor. Nada le arredra; se goza en las privaciones; aborda los trabajos; abraza los sacrificios; se complace en las calumnias y se alegra en los tormentos. No piensa sino cómo seguirá e imitará a Jesucristo en trabajar, sufrir y en procurar siempre y únicamente la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas”.

Está claro, el espíritu martirial va en el ADN de la familia claretiana, y solo poniéndolo en práctica cada día en las pequeñas ocasiones de entrega de la vida cotidiana podremos ser felices, realmente felices. Tendremos que estar muy atentos…  Ahora tenemos 109 nuevos intercesores que nos darán luz y fuerzas para ser capaces de vivir así, desde la clave del amor totalmente entregado. Hoy ponemos nuestras vidas y los enormes deseos de fidelidad en el seguimiento de Jesús que arden en nuestro corazón en manos de los beatos mártires claretianos y les hacemos nuestros intercesores privilegiados ante el Señor. Que ellos nos ayuden a descubrir y hacer realidad lo más profundo de nuestra identidad cristiana, claretiana y cordimariana. Entremos con ellos en el Fuego de la Fragua del Inmaculado Corazón de María. Amén

Pily Pérez, Centro la Fragua