San Antonio María Claret en nuestro libro fundacional nos dice: “El Señor, a quien habéis elegido por esposo, y a quien habéis consagrado todos los afectos de vuestro corazón, os ha mirado (…).”
Esta experiencia de haber sido mirada por El Señor fue, sin duda, el comienzo de mi camino vocacional, si así lo puedo llamar.
“Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía;
antes de que salieras del seno, yo te había consagrado,
te había constituido profeta para las naciones”. (Jer 1, 5)
Mi infancia fue muy sencilla pero en la adolescencia empecé a sentir curiosidad por la vida consagrada y conocí algunas de sus formas de vida: la misionera, la contemplativa y la secular. Esta curiosidad, que el Señor puso dentro de mí, me llevó a la búsqueda y ésta a descubrir un Jesús que me conocía y me amaba incondicionalmente y por eso quería mi felicidad. Felicidad que consistía en seguirlo y amarlo con todo mi ser..
Percibí que Él me llamaba por mi nombre, que me decía:
“No temas, porque yo te he redimido,
te he llamado por tu nombre, tú me perteneces.
Porque tú eres de gran precio a mis ojos,
porque eres valiosa, y yo te amo,
entrego hombres a cambio de ti
y pueblos a cambio de tu vida.
No temas, porque yo estoy contigo.” (Is 43, 1.4-5)
Todavía los caminos que se abrían delante de mí eran varios. A pesar de sentir que El Señor me llamaba, no lograba ver que camino había elegido Él para mí.
Durante un tiempo dejé de pensar en el asunto pero Él no. A través de su Palabra que escuchaba en las Eucaristías y de personas que colocó en mi camino, me fue mostrando lo que quería de mí:
“Yo te instruiré,
te enseñaré el camino que debes seguir;
con los ojos puestos en ti, seré tu consejero.” (Sl 32, 8)
Mientras tanto, conocí los Institutos Seculares y la idea de ser fermento en el mundo me despertó la atención, su estilo de vida me cautivó. ¡Estar en el mundo, sin ser del mundo pero para el mundo era un desafío!
Cuando percibí, con la ayuda de Filiación, que mi vida sólo tendría sentido en el seguimiento radical de Jesús en el mundo para comprometerme a transformarlo desde dentro, respondí al Señor que Si, que mi deseo era hacer su voluntad y ser Hija del Corazón Inmaculado de María.
En un mundo preocupado con el “hacer” y el “tener” había encontrado un camino que me pedía “ser” y “estar”.
Para “ser” hija y madre. Nos llamamos y somos Hijas del Inmaculado Corazón de María. Nuestro claustro es Su Corazón dónde nos amoldamos a la imagen de Jesús y al mismo tiempo prolongamos la maternidad espiritual de María. Para mí, como mujer, me realiza y permite que haga una experiencia enriquecedora. Mi corazón se abre y está más dispuesto a acoger a todos los que voy encontrando en mis quehaceres cotidianos.
Para “estar” en el mundo, sin ser del mundo pero para el mundo. Es un gran desafío porque tenemos que estar atentas a todos los problemas que nos cercan. Vivimos lado a lado, a guisa de fermento, con los hombres y mujeres que pelean y trabajan día a día, intentando llevar al mundo los valores del Reino.
Fanny Fernández – Porto, Portugal