Dicen que el pueblo de Israel pudo reconocer el paso de Dios por su historia porque caminaban de espaldas. No significa vivir ajeno a la realidad y al presente como si no tuviera nada que decir, o caer en aquello de que ‘cualquier tiempo pasado fue mejor’.
Eso serían signos de desesperanza, casi de un rechazo del presente que anularía la validez del futuro y solo atendería a la añoranza del pasado.
El paso de Dios por la vida es siempre un regalo. Debemos pedir al Señor con insistencia que nos entrene en su forma de mirar para descubrirle a cada paso, para no perdernos nada, ningún detalle de su presencia en el hoy. Todo es providencia. Y si miramos atrás, si volvemos la vista para captar de nuevo algún momento pasado, no sea con añoranza, con la nostalgia propia del que ha perdido algo. Como el pueblo de Israel, que nuestra mirada al pasado sea una mirada agradecida, teñida íntegramente de acogida serena, de verdadera paz y de entrañable agradecimiento.