El verano, con su carga de encuentros, de tardes interminables de sol, de tiempos de silencio y de “reciclaje” interior, cierra una pequeña etapa de la vida y mira esperanzado, con la indomable esperanza que alienta siempre en el corazón humano y que le da fuerzas una y otra vez para recomenzar con la certeza de que “lo mejor” nos aguarda aún, a un proyecto a corto plazo, un proyecto que siempre es nuevo porque es
nuevo el empeño de crecer hasta la medida que Dios tenga soñada para cada una.
En otros ámbitos de la tierra, el invierno sonríe ante los primeros brotes de la primavera mientras se apresta a la “recta final” de otra pequeña etapa y saborea ya la llegada de otros días para que el cuerpo y el espíritu repongan sus fuerzas.