Queridas hermanas en el Corazón de la Madre:
Os invito a que reflexionemos juntas sobre el antes y el después de la Pascua de Jesús.
Hay un antes de amor excesivo que le lleva hasta el extremo de una muerte ignominiosa que
abrirá las puertas de la Vida. Su muerte es un acto de amor, y el amor de Jesús se ha ido entretejiendo con la vida y la muerte del día a día: de la aclamación por la multiplicación de los panes y los peces al enfrentamiento con los judíos que querían matarle; del Tabor al Gólgota; del sereno Tiberíades a la Última Cena… Y hay un después, que nace del silencio de la noche maravillosa que abrió una madrugada radiante de primavera en la que se descubrió la gruta vacía, los lienzos en el suelo y el sudario con el que habían envuelto su cabeza, aparte y doblado (cfr. Jn 20, 2-9). En esa madrugada las discípulas habían ido al sepulcro. Corren porque el dolor aprieta, pero no pueden ver, escuchar, reconocer. Los discípulos, en cambio, se habían escondido; mientras la tierra se abría, ellos cerraban puertas y ventanas porque tenían miedo.