Las Asambleas Generales siempre traen consigo (y es bueno que así sea) pequeños o grandes cambios en la vida institucional. Sus determinaciones, de un modo u otro, implican un retomar el pulso de todos nuestros afanes y emprender una nueva andadura con ilusión renovada, con la certeza de que el Amor es una realidad que se estrena cada día. Estos “pequeños cambios”, a veces de rumbo, a veces de acento, a veces de apariencia, nos ayudan a purificar la mirada y a contemplar con ojos nuevos el regalo del Espíritu que es nuestra vocación en la Iglesia para el mundo.