Alegría, bondad, mansedumbre, paciencia… ¿te suenan? ¿Cuántas veces valoramos nuestra vida en estos términos? ¿Cuántas otras veces buscamos que sean características de nuestra vida? ¿Y cuántas nos definen como alegre, pacientes, pacíficos…? Pues todo esto que tenemos tan asumido en nosotros, que queremos vivir y buscamos de mil y una maneras, que nos esforzamos por tener, no provienen de nosotros mismos ni es algo que ganemos por méritos propios. Son, ni más ni menos, que FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO!!!
Porque si bien es verdad que el Espíritu vino sobre los apóstoles cuando estaban reunidos después de la Resurrección de Jesús, no es menos cierto que desde entonces no ha dejado de venir sobre los suyos. Es más, nunca se ha marchado de entre nosotros y nos asiste continuamente. Vivimos, nos movemos y existimos en él y por él. ¡Cuántas veces hemos reflexionado sobre sus dones y los pedimos con insistencia! Pero quizás somos menos conscientes de que sus frutos se dan a diario en nuestro mundo. ¿Quieres saber cómo? Aquí te dejamos unas palabras de gente que vive del Espíritu.
La bondad la defino como todo el bien que Dios ha hecho a lo largo de mi vida. Lo vivo desde el agradecimiento y me lleva a darme y a repartir también bondad a los que encuentro. Algunas veces, esa bondad se traduce en simple oración, otras veces en ponerte en el lugar del otro, otras en repartir alegría o en saber escuchar. (Belén, sc)
El don del ES es en mi vida un soplo fiel y creador del Dios que no duerme ni descansa. Que encuentra constantemente caminos nuevos de amor para seducirme. Es la fuerza que alimenta mi corazón en la misión y mi descanso. Él lo hace todo nuevo. (Elena, Málaga)
La amabilidad son una serie de actos que convierten lo difícil en llevadero, que transforman el ceño fruncido en sonrisa. Son unas manos fuertes para cargar la compra de la vecina, un empujoncito para terminar un proyecto, estar disponible para ayudar al otro. (Belén, movimiento focolar)
Actitud del corazón que te lleva a buscar nunca ser el centro, a no buscar ‘ser visto’, o, mejor, a no estar pendiente de si te ven o no, si te tienen o no en cuenta porque sabes que la propia importancia y la propia belleza y hasta la bondad misma son regalos del Espíritu para el Bien de todos. Lo malo es que, durante mucho tiempo, se ha confundido la modestia con la ‘ñoñería’ sobre todo en el ámbito de los modales y el vestir. Creo que el Espíritu nunca nos hace ‘artificiales’, sino que nos capacita para asumir hasta el fondo toda la grandeza que nos viene dada proporcionándonos, al tiempo, la lucidez del agradecimiento y la capacidad de descubrir sus dones en los demás. (Olga, hija del Corazón de María)
Alegría para mí es descubrir que todo se renueva… Alegría es reconocer la mirada de Dios que acompaña la caricia Materna en mi vida… Alegría es darme cuenta que soy pequeño, pero suficiente para estar con los preferidos del Señor: los pobres, los enfermos, los solos, los prisioneros… Alegría es permitir que maduren mis relaciones y sentir el gozo de la libertad: todo me ha sido dado y todo lo he entregado con agradecimiento -expresión del amor hecho vida-. Alegría es escuchar la llamada y poder responder, aunque no siempre sea de mi total agrado o comprensión… Alegría es tener la certeza de una mano amiga y el soporte de una comunidad (o varias) de hermanos y hermanas… Alegría es estar con el Señor, porque ‘Él lo es todo’ (cf. Eclo 43, 27b)
La alegría se manifiesta en mí en el deseo de orar e interceder; en buscar no acomodarme o instalarme; en estar atento a las necesidades de quienes claman a Dios; en sentir que el mayor gozo se vive cuando la gloria y los reconocimientos son dados al Señor; en estar disponible para la misión; en un amor aún mayor por mi familia y por el carisma claretiano; en la acogida del otro, porque el Reino ya está entre nosotros. (Abel cmf)
El gozo es la alegría profunda que nace en el corazón que se sabe de Dios, que no se pertenece, que vive de Otro que lo sostiene y lo prepara sutilmente para los demás. Así me empuja a vivir cada circunstancia y situación sabiendo que lo poco que doy y entrego no es mío, sino del Dios que me lo ha dado todo, y se encuentra más alegría en dar que en recibir, también en las situaciones de dolor. (Maripi, hija del Corazón de María)